lunes, 11 de marzo de 2013

Cuento (Teatro y Danza)

El pescador de estrellas


Isaac era un niño de diez años quepadecía insomnio. Por alguna desconocida razón, pasada la media noche se despertaba y nada le servía para conciliar de nuevo el sueño. Había probado contar ovejas, leer cuentos de aventuras, beber leche caliente, montar rompecabezas pero todo era inútil.
Un médico le sugirió que oír el ruido del mar le ayudaría a dormirse. Desesperados sus padres decidieron mudarse a un pueblecito de mar y alquilaron una torre sobre un acantilado. Isaac estaba maravillado con aquel lugar.
La primera noche se fue a dormir con la ventana bien abierta. Escuchaba el rumor del mar como una si se tratara de una melodía de buenas noches, pero la emoción acumulada le impidió de nuevo dormirse. Se levantó y de puntillas salió por la puerta trasera que daba al jardín. No llevaba linterna pero el cielo estaba muy iluminado y él no le tenía miedo a la noche.
Llevaba un rato caminando por los acantilados cuando de repente divisó una figura. Se acercó con cautela como si fuera un espía de película y se escondió entre unas rocas. Cuando la vista se le acostumbró a la oscuridad vio a un hombre mayor sentado en el borde del abismo. Entre las manos sostenía una caña de pescar muy larga que llegaba hasta el mar. De vez en cuando recogía el hilo de la caña, separaba algo que Isaac no conseguía ver y lo dejaba en una cesta a su lado.
Pasado un rato, el hombre cogió la cesta con las dos manos y miró fijamente el cielo. A continuación sacó uno de los objetos que había acumulado y lo lanzó hacia arriba con mucha fuerza. Luego sonrió y volvió a repetir la acción anterior.
“Está loco” pensó Isaac temblando de frío desde su escondite. Se volvió hacia la cama y pensando el misterio del pescador nocturno se quedó profundamente dormido.
Las siguientes noches a la misma hora Isaac volvía sigilosamente a la punta del acantilado y siempre encontraba aquel curioso personaje.
Observaba con cautela como pescaba con la larga caña y cuando lo veía marchar volvía a la cama, pero nunca conseguía ver qué tenía en el carrito y por qué lo tiraba de aquella manera tan extraña. Una noche en un acto de valentía, se acercó más al pescador y conteniendo la respiración miró el interior del cesto. ¡Estaba vacío!
Pasaron los años; Isaac cansado de buscar una respuesta se olvidó de aquel misterio y con el tiempo llegó a pensar que habían sido imaginaciones suyas. Terminó la escuela, el instituto, se fue a la universidad de una ciudad lejana, y después viajó solo por el mundo, descubriendo lo que más le fascinaba.
Un día, leyendo el diario en un parque, una noticia llamó su atención: “Cinco meses seguidos sin estrellas” decía el titular. Se desconocían los motivos, físicos y astrólogos estaban investigando la misteriosa desaparición. Aquella noche Isaac se quedó despierto mirando el cielo y efectivamente, no pudo distinguir ningún puntito blanco que brillase en la oscuridad del manto negro. La luna estaba sola.
Guiado por una inexplicable intuición al día siguiente cogió un tren y volvió a casa, a la torre del acantilado. Llegada la medianoche salió a caminar por los parajes que tanto conocía, hasta el lugar donde solía ver el pescador años atrás. Esperó y esperó y no vino nadie.
Entonces se dio cuenta de que allí entre las mismas rocas en las que se escondía entonces había un bulto cubierto de hojas. Las apartó cuidadosamente y encontró dos objetos que reconoció inmediatamente: un cesto y una caña muy larga. Enrollada en el mango de la caña había un pergamino que decía:
Las estrellas son muy frágiles Isaac, cada noche unas cuantas caen al mar y alguien las tiene que rescatar antes de que se desintegren. Este soy yo, el pescador de estrellas, te puedo asegurar que mi trabajo es único en todo el mundo. Pero ya soy mayor, necesito un sustituto y no se me ocurre mejor persona que tú. Aquí te dejo las instrucciones pero recuerda que no puedes decírselo a nadie. Cada noche tienes que venir en el acantilado, tirar la caña al mar y pescar las estrellas que veas reflejadas. Sólo tú serás capaz de verlas. Cuando hayas terminado lánzalas arriba con toda tu fuerza y ellas se mantendrán solas, ya lo verás. Hay estrellas que tienen su lugar en una constelación y otras podrás colocarlas donde quieras. ¿Preparado para empezar? El cielo es tu lienzo, tú decidirás como lo quieres pintar. ”
Así es como Isaac se convirtió en el nuevo pescador de estrellas, el trabajo más fascinante que hubiera podido soñar. En pocos días el cielo recuperó su luz y la luna se rodeó de nuevo de sus brillantes compañeras. ¿Has podido reconocer, alguna de las constelaciones que inventó?
FIN

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